El pasado jueves fue una noche especial. No me refiero a que sea el día más esperado por los poseedores de un calendario perpetuo porque a las 12 de la noche pueden ver el salto de fe que hace el mecanismo para pasar del 28 de febrero al 1 de marzo, que también: nada más gratificante que ver una alta complicación cumplir con el objetivo para el que ha sido creada. Fue una gran noche porque, de la mano del Club CronotempVs (el grupo privado de aficionados a la relojería más importante de España y uno de los más importantes de Europa) tuvimos la ocasión de disfrutar de una cena con Laurent Ferrier en persona, que tuvo la gentileza -junto con Vanessa Monestrel, la CEO de la casa- de pasar un rato con nosotros.
PALADEANDO DOS XIMÉNEZ SPÍNOLA
Uno de los platos fuertes de la cena con Laurent Ferrier se presentó antes de la propia cena: como introducción y parte de una gran noche, tuvimos el placer de probar dos brandies de Ximénez-Spinola. Personalmente hacía décadas -literalmente- que no bebía un brandy (es que no me acostumbro a la españolización de la palabra, “brandi”), y la idea de tomarlo en ayunas me imponía respeto, la verdad. Pero ya se encargaron las dos botellas en quitarme los miedos. Qué maravilla.
Daniel Otero es el director financiero de Ximénez Spínola, pero a la vez ejerce de director de ventas. Fue él quien nos introdujo a la más que interesante historia de la casa, que se remonta nada menos que a 1729, cuando se comienza una actividad que se ha centrado en la uva Pedro Ximénez, cuyo origen se explica en la web de la casa: Una variedad que llegó a la Península Ibérica durante el reinado de Carlos I de España y V de Alemania, cuando algunos campesinos de las riberas del Rin y Mosela fueron reclutados para constituir los llamados “Tercios de Alemanes” que conformaban los Ejércitos del Imperio Español y acompañaron al Emperador de regreso a España tras su proclamación en 1519. Al parecer con el Tercio de Alemanes llegaron los viticultores que trajeron a España los primeros sarmientos de unas uvas desconocidas hasta entonces en la Península Ibérica. Se trata de un fruto con grandes similitudes a las variedades “Riesling”, “Weissable” y “Elbling”, pero tras desarrollar en España sus características propias durante casi quinientos años, ha llegado a no coincidir exactamente con ninguna de ellas.
El primer viticultor de la región de Jerez fue el alemán -o quizá holandés- Peter Siemens, cuyo nombre acabó españolizado como Pedro Ximénez. Volviendo a citar la web, “Ximénez-Spínola es la bodega jerezana de los Sucesores de Phelipe Antonio Zarzana Spínola, cuya primera exportación documentada en protocolos notariales data de 1729 aunque en la bodega no se conservan manuscritos relativos a su actividad comercial hasta 1736 y sobre este cultivo varietal en particular, hasta 1752.”
Desde entonces la casa sólo trabaja con uva Pedro Ximénez, lo que la hace única. Igual que sus productos, ya que no se limitan al vino dulce sino que también produce vino blanco, brandy e incluso vinagre (pero no vinagre “al” Pedro Ximénez, que de esos hay muchos, sino “de” Pedro Ximénez, elaborado sólo con esa uva).
Así que la cena con Laurent Ferrier se inauguró oficialmente con el brandy Diez Mil Botellas, que madura durante 12 años en barrica de castaño español (otra singularidad de la casa, porque ya no hay). De la barrica surge un brandy absolutamente único, de color ámbar pálido y aromas delicados, dulces pero refinados. Cuando llega a la boca es como una caricia. Nada que ver con el sabor que tenemos asociado al brandy. De hecho, la facilidad con la que se bebe es altamente peligrosa, si se me entiende lo que quiero decir.
Resulta obvio que el nombre “Diez Mil Botellas” identifica la cantidad que se lanza a la venta, y da una idea de su exclusividad. Que es mucho mayor en el siguiente brandy que probamos: Tres Mil Botellas. Este brandy es mucho más complejo que el Diez Mil. La mayor oscuridad ya deja intuir un lenguaje más enrevesado, pero es líquido es tan noble que en cuanto lo oxigenas un poco te empieza a desvelar todos sus matices. Lo mismo en la boca, por donde pasa con la misma suavidad pero con un gusto más largo y
Más oscuro que su hermano, los aromas son más complejos y ricos, pero siempre suaves. Esa facilidad en nariz se repite en el trago, que va desvelando poco a poco sus matices. Una auténtica gozada. Difícil tomar sólo un trago, la verdad.
LA DISCRECIÓN DE LA MÁS ALTA RELOJERÍA
Recuerdo perfectamente la primera vez que vi a Laurent Ferrier. Estaba en la feria de Baselworld en uno de los salones apartados fuera del Hall principal, al lado de marcas que ni recuerdo. Lo vi de pasada y me frené en seco. Volví sobre mis pasos para mirar los relojes. Allí estaban el propio Laurent Ferrier y Vanessa Monestrel hablando de sus relojes con una humildad que ya quisieran muchos otros que no le llegan ni a la suela de los zapatos. Lo que recuerdo es que salí de allí pensando “¿pero qué es lo que acabo de ver? ¿Por qué están aquí escondidos?”
Eso debieron pensar otros, porque ya sabemos que en el año de su lanzamiento el Galet Classic ganó el Gran Premio de Relojería de Ginebra, y con razón. Las formas clásicas, con esa caja cuya curvatura sólo la puede dar un minucioso pulido a mano, la delicadeza de la esfera, con esas manecillas creadas por el relojero… todo es de una belleza clásica, sobria, pero absolutamente arrebatadora. Y si le damos la vuelta y conseguimos quitar los ojos de los impresionantes acabados a mano, veremos una caja de tourbillon con doble espiral en posición inversa.
Pues bien, ese es el reloj que lleva el propio Laurent Ferrier. No es de extrañar, siendo tan significativo en esta segunda juventud de su creatividad. Merece la pena señalar que el esmalte Grand Feu, como el de la esfera de este reloj, no permite curvas ni desniveles pronunciados, así que la esfera se compone de dos piezas esmaltadas por separado: una de ellas es la del pequeño segundero y la otra el resto de la esfera. De ahí el perfil de metal que rodea al pequeño segundero, que tiene la labor de juntar ambas superficies y a la vez de protegerlas.
La verdad es humilde; al fin y al cabo, es sólo la verdad, no necesita adornos. Laurent Ferrier lo es también. Pero no de manera fingida, sino porque sabe que sus relojes son buenos, y que su obra está ahí para hablar por él. Los años en Patek le enseñaron lo que es necesario para que la relojería sea un negocio y no simplemente una vocación, y cómo hacer para que sea así. Con esa sapiencia ha sabido montar algo que funciona económicamente lo suficientemente bien como para que se pueda centrar en su creatividad.
Y es algo que se nota cuando hablas con él. Siempre tiene un verbo pausado, con tiempo para expresar todos los conceptos. Pero durante la cena hubo un momento en el que comenzó a explicar una variación que introdujo en un diseño de un cristal y pidió, casi con cierta vehemencia, un papel para poder dibujarlo:
Y me contó como una vez le presentaron un diseño de un determinado reloj de Patek e instantáneamente lo vio: el cristal debía tener una curvatura de 4 centésimas en un determinado punto, y el reloj cambió completamente su aspecto. Eso es lo que muestra el dibujo de aquí arriba. Para nosotros quizá nos parezca un detalle sin importancia. Para él fue un cambio capital en el diseño del reloj. ¡Cuatro centésimas! En esas cosas se ve la mano de un gran diseñador y relojero.
También vimos el Galet Annual Calendar Montre Ecole en oro amarillo, seguramente el reloj cromáticamente más llamativo de toda la colección de la manufactura, por su combinación del oro amarillo con la esfera pizarra. Siendo una reproducción del reloj de graduación de Monsieur Ferrier, el reloj conserva sin embargo la estructura clásica de un calendario anual.
Seguramente el más sorprendente de todos los modelos que vimos en la cena con Laurent Ferrier fue el Galet Micro-Rotor Square. No por las formas, que ya las conocíamos porque le supuso otro premio del Grand Prix d’Horlogerie de Genève, sino por el color: un azul vibrante que apunta a “reloj de verano”. Supongo que no hace falta subrayar que el reloj mantiene la misma exquisita calidad de toda la producción de la manufactura.
Por último, otro de los relojes que vimos fue el Galet Microrotor Boreal, con una esfera muy distinta a las habituales en la marca y que le da un aire más dinámico. Aunque el diámetro es de 41 mm el reloj parece más pequeño por sus formas clásicas.
Una de las cosas que me dijo el Sr. Ferrier durante la cena me dejó impactado: “yo lo quiero es que, cuando ya no esté, la gente mire mis relojes y digan ‘están muy bien’”. Y vaya si lo están. Que honor haber compartido mesa con él. Dentro de poco le volveré a ver, esta vez en Baselworld. Gracias al Club CronotempVs por la invitación, y por supuesto a LaurentFerrier.com.